sábado, 27 de agosto de 2011

El fin es mi principio, Jo Baier, 2010


Título original: Das Ende ist mein Anfang
Director: Jo Baier
Guión: Falco Terzani, Ulrich Limmer
Fotografía: Judith Kaufmann
Música: Ludovico Einaudi
País: Alemanía
Año: 2010
Género: Drama
Duración: 98 min.
Reparto: Bruno Ganz, Elio Germano, Erika Pluhar, Andrea Osvárt, Nicolò Fitz-William Lay



Cuando un hombre extraordinario que lo ha vivido todo ve acercarse su fin, decide llamar a su hijo para reunirse con él por última vez en su casa de la Toscana. Su intención es compartir unas valiosas conversaciones sobre la vida que ha llevado como corresponsal de prensa en el sureste asiático, los cambios políticos y sociales de los que ha sido testigo, y la transformación espiritual que ha experimentado en sus últimos años. Pero para él lo más importante es mostrarle a su hijo cómo se está preparando para la última gran aventura de su vida. (FILMAFFINITY)


El principal problema de esta cinta germana que se estrena con bastante retraso en España es que uno la tache de la lista de posibles antes de leer dos líneas del argumento. Cine alemán de autoayuda en pleno verano. Una reflexión sobre la muerte. Una conversación entre un padre y un hijo. Y el padre además viste una túnica blanca. Cualquiera de estos elementos es capaz de disuadir al más pintado.

Si al final uno se deja convencer descubre que El fin es mi principio tiene algo de eso –de cine de autoayuda, de reflexión filosófica, de sermón, si se quiere- y algo más. Y la suma es  una película conmovedora, una cinta bellísima, de esas que dejan huella.


La película cuenta la historia de Tiziano Terzani un carismático periodista italiano y escritor que, durante muchos años, trabajó como corresponsal en China. En 2006 se publicó El fin es mi principio, su testamento póstumo, escrito a modo de conversación con su hijo Folco. Temas como la muerte y la trascendencia, la importancia de la familia y del amor o el poder del espíritu sobre lo material son abordados de manera serena por un hombre enfermo que afronta con paz el fin de sus días. En Italia, estas memorias vendieron 400.000 ejemplares en 4 meses y se convirtieron en un fenómeno editorial.


A medida que avanza la cinta, uno se da cuenta que Terzani no era un iluminado sino una persona culta y observadora que vivió el auge de las ideologías y fue capaz de ir evolucionando en su pensamiento cuando contrastaba éste con la incontestable realidad. En ese sentido, es interesante su férreo rechazo de los materialismos y su defensa de la espiritualidad y trascendencia del hombre. Una trascendencia que, al abordar el tema de la muerte, se apoya en elementos de culturas y religiones muy diferentes (Terzani recibió una fuerte influencia del budismo), roza el new age pero está también muy cercana a la idea católica (esto queda patente al presentar la devoción a la Virgen María del hijo de Terzani y la referencia a las oraciones y la iglesia en el testamento del periodista).

El envoltorio de esta adaptación es muy sencillo. El guión lleva a la pantalla el largo diálogo entre el padre y el hijo, sin apenas recursos de montaje, y lo intercala con algunos pasajes más contemplativos en los que destaca una maravillosa fotografía de la Toscana. Esta escasez de recursos cinematográficos no se hubiera sostenido sin un actor como Bruno Ganz. El alemán –que aparece en prácticamente todos los planos- da un auténtico recital de interpretación apoyándose solo en la voz, en el texto y en los gestos. Casi nada…

Ana Sánchez de la Nieta (El cine que no cabía en Twitter)

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