sábado, 17 de septiembre de 2011

La deuda, John Madden, 2010


Título original: The Debt
Director: John Madden
Guión: Matthew Vaughn, Jane Goldman y Peter Straughan; basado en el guión de Assaf Berstein e Ido Rosenblum para la película “Ha-hov” de Assaf Bernstein (2007).
Fotografía: Ben Davis
Música: Thomas Newman
Producción: Marv Films / Pioneer Pictures
País: Estados Unidos
Año: 2010
Género: Thriller. Drama
Duración: 114 min.
Intérpretes: Helen Mirren (Rachel Singer), Sam Worthington (David Peretz joven), Jessica Chastain (Rachel Singer joven), Jesper Christensen (doctor Bernhardt/Dieter Vogel), Marton Csokas (Stephan Gold joven), Ciarán Hinds (David Peretz), Tom Wilkinson (Stephan Gold).



Helen Mirren y Sam Worthington protagonizan "La Deuda", la gran historia de Rachel Singer, una agente del Mossad que se esforzó en una misión secreta israelí en capturar al conocido criminal de guerra Nazi "el Cirujano de Birkenau" la cual terminó con su muerte en las calles de Berlín. Ahora 30 años más tarde, un hombre proclama que el doctor ha sobrevivido y Rachel debe viajar a Europa del Este para descubrir la verdad. Sobrecogida por la memoria de sus compañeros, la heroina debe enfrentarse al trauma que le causarion los hechos y afrontar la deuda que contrajo.


Es significativo, el cambio es significativo. Ojo: John Madden dirige un guión escrito por Matthew Vaughn a partir de la adaptación de una película que en 2007 dirigió el israelí Assaf Bernstein. La cuestión semita. He ahí el quid. Que un judío se ponga frente a una historia que podría pasar por un thriller político pero que al final acaba ramificando en una intriga con alcances más filosóficos es una cosa. Que los americanos la tomen para sí y su hemofílico panorama pseudoautoral, cada día más falto de sangre, tiene que, forzosamente, cambiar el resultado.
A falta de ver el original, según entiendo la historia de base es idéntica: un grupo de élite del servicio de inteligencia israelí en los años 60 se pone al frente de una misión para capturar a un antiguo cirujano nazi, responsable de terribles torturas y asesinatos durante el holocausto. Lo que desencadena una trama de suspense y espionaje que irá virando poco a poco hacia los planteamientos del gran drama humano y a las inevitables cuestiones morales relacionadas con la mayor herida abierta del Siglo XX.
Y la máquina americana trabaja en este sentido como mejor sabe, que no es poco: La "La deuda" de 2010 tensiona el thriller de espionaje con incontestable aplomo. Esto no es tanto una de acción "seria" con cuatro nombres más o menos prestigiados detrás como una especie de rememoración de una época, esos tensos años 60 post-bélicos, con el dolor aún resonando en los huesos y una guerra fría pergeñándose entremedias por los alrededores. Y con unas herramientas que no sólo parecen inequívocamente acertadas sino que son usadas con chispa, habilidad y resultonería. De qué otra forma (ya lo supo entender Spielberg en su momento) puede entender uno una película de este tipo si no es con el ojo puesto en los thrillers de acción internacional o los policíacos urbanos de finales de los 60 y principios de los 70.
Afortunadamente, el director John Madden parece ser consciente de su posición y logra crispar, jugar con la expectativa sosegada y el nervio directo. Imprimir seriedad y fuerza sin caer en el tedio ceremonioso. Ofrecer una de "misión imposible" que es realmente seca, austera, elegante, fría, cortante. Y endiabladamente emocionante.


De modo que "La deuda" alcanza su clímax hacia la mitad del metraje mediante una afilada set piece que es puro cine de aduanas, de trenes, de estrategias contrarreloj, de planes milimétricos e identidades falsas. Nazis, eficaces agentes del Mossad, cuentas pendientes, justicia. Algunos de los mejores minutos del cine, digamos, comercial de la temporada presente.
Sin embargo, "La deuda" se va desplegando poco a poco al modo de un puzzle narrativo con dos líneas temporales principales (y menos escollos argumentales de los que podría parecer: al final todo termina siendo tirando a lineal) y bastantes más pretensiones de las insinuadas en un principio. Al poco que la acción entra en un inevitable punto muerto, el drama humano, la duda, el dilema, y así la tensión romántica deben ir apareciendo en escena. Y es en este instante cuando al invento empiezan a vérsele pegas; poco a poco, Madden intenta enfangarse en cuestiones de calado moral (inevitables los ítems culpa, redención, perdón y responsabilidad en cualquier historia con marco nazi) y al mismo tiempo dar su brazo a torcer hacia una audiencia, o parte de ella, que pueda demandarle a una trama demasiado tensa una distensión sentimental. No funciona: las relaciones románticas no cuajan por, simplemente, estar poco desarrolladas.
Y poco a poco lo que podía parecer un reto autoimpuesto va virando hacia una dificultad insalvable, la de tener entre manos algo mucho más grande de lo que se puede contar, siempre con los ojos amusgados y la mirada poco acerada.
En ese contexto es difícil, mucho, evitar las descripciones superfluas de los personajes o las falsas profundizaciones en la psique individual o colectiva. Y aquí es impepinable aquello de lo que hablaba ahí arriba: el enfoque, demasiado convencional, no se aparta de la melifluidad de los planteamientos y fronteras de cierto cine comercial. Así las cosas, a partir de su tercer tercio, más centrado en unas repercusiones 30 años después que en los propios actos que las generaron, la película empieza a navegar con un rumbo más impreciso.


Se pueden tender puentes en ese momento entre las dos líneas temporales. Interesante. Se puede reflexionar sobre la capacidad del relato para escamotearnos los hechos y juguetear con lo ocurrido durante una elipsis prolongada. Ajá. Pero las demasiado mundanas motivaciones de los personajes, envueltas en esa bruma de -mucho más metafísica- culpa, responsabilidad moral y ética humana lo emborronan todo.
Al final, a pesar de andar un paso más allá que el resto de sus congéneres por la senda del suspense comercial (como puro thriller, "La deuda" es incontestable), en sus conclusiones y su mensaje político e ideológico recibe un tratamiento excesivamente enclenque, reticente a abandonar la seguridad del espectáculo cinematográfico apto para todas las sensibilidades. Y se decanta por una resolución que parece más pendiente de poner a toda costa las cosas en su lugar y ofrecer el lazo final con la carga de profundidad moral obligada (esperada) que de resultar creíble, justa consigo misma y grande en su humildad.

6'5/10
John Blutarsky (La Casa de los Horrores)

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