Dirección: Andrew Niccol
Guión: Andrew Niccol
Fotografía: Roger Deakins
Música: Craig Armstrong
Producción: Regency Enterprises, New Regency Pictures, Strike Entertainment
País: Estados Unidos
Año: 2011
Género: Ciencia ficción. Acción. Thriller
Intérpretes: Justin Timberlake como Will Salas, Amanda Seyfried como Sylvia Weis, Vincent Kartheiser como Philippe Weis, Cillian Murphy como Raymond Leon, Johnny Galecki como Borel, Olivia Wilde como Rachel Salas, Alex Pettyfer como Fortis, Matt Bomer como Henry Hamilton, Rachel Roberts como Carrera, Yaya DaCosta como Greta
Ambientada en una sociedad futura. El hallazgo de una fórmula contra el envejecimiento trae consigo no sólo superpoblación, sino también la transformación del tiempo en moneda de cambio que permite sufragar tanto lujos como necesidades. Los ricos pueden vivir para siempre, pero los demás tendrán que negociar cada minuto de vida, y los pobres mueren jóvenes. Después de conseguir, por casualidad, una inmensa cantidad de tiempo Will Salas (Justin Timberlake), un joven obrero, será perseguido por unos policías corruptos conocidos como "los guardianes del tiempo". En su huida Will tomará una rehén (Amanda Seyfried), una joven de una familia adinerada. (FILMAFFINITY)
Hecho uno. En un mundo donde todo, idea arriba idea abajo, parece estar inventado, la audacia del narrador visionario colinda -ya se sabe- mediante una finísima línea con el más absoluto ridículo. Y es que insensatas empresas se han visto durante el tiempo que dista entre que el hombre empezó a fabular y hoy mismo en ese terreno en el que el éxito cesarino y el fracaso más perruno -primos cercanos- mantienen relaciones incestuosas de las que puede brotar, como un repollo, un precioso niño de mirada clara enfocada hacia el futuro o bien un indeseado monstruete de ojos estrábicos y varios dientes de menos. Vamos, que hay que estar muy loco o ser muy macho (metáfora, nada que ver con la genitalia) para encarar un Relato de Sociedad Distópica y Demás.
Hecho dos. El Relato de Sociedad Distópica y Demás siempre se trae consigo un fardo de implicaciones, quiero creer, de lactosa bien agriada –ayogurada a consciencia- y connotaciones sociales que quieren dar (si acaso de manera algo paradójica) explicaciones a la parte más miseroide de nuestra ya de por sí miserable realidad. Relatos de futuro, sí, pero para explicar el presente, en el mejor de los casos. En el peor (el escenario que todos deberíamos esperar) para arrearle una buena coz hepática.
Hecho tres. La etiqueta de visionario se vende barata de un tiempo a esta parte.
Existen, en este nuestro panorama de la autoría cinematográfica de corte cienciaficticia, no sólo tres sino todos los hechos inferibles que a uno se le antojen, por qué no. Pero para qué gastar la mierda en pedos, perdonad mi francés, cuando lo que tenemos delante confirma por la vía pesimista el hecho uno, por la burda el dos y por la insultantemente evidente el tres. Traducido: lo último de Andrew Niccol se pretende genialidad pero abraza el dislate. Busca la catarsis psicodramática social y llega al banderolismo naïf de manifa improvisada (y pijales) y en consecuencia: no, este tipo no es ningún visionario. No lo era cuando escribió El Show de Truman (bonita, pero recalentada) ni cuando dirigió Gattaca (bonita, efectiva, pero... eso), ni mucho menos con la cosa esa de S1m0ne, y desde luego no lo es ahora con este mamotreto que se pasa por el arco de triunfo las audacias de Philip K. Dick (previo manoseo por las partes internas del contraforro de abrigo del pobre autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) para parir una idea realmente alucinante, "el tiempo es la nueva divisa", high concept de la temporada, y armar a partir de ahí un circo de acción en el que cada beat, cada línea de diálogo y cada giro dramático sólo aguanta el tipo cuando se lo compara con el inmediatamente posterior. Y así no se puede. Que una cosa es mantenerse en los márgenes de lo increíble y otra cosa rebasar cualquier tipo de verosimilitud. A eso se le llama fidelidad a un universo; y con semejante armatoste literario, la fidelidad se hace imposible. Así, no se puede.
Porque la bondad de la intención y el gesto comprometido de un presunto revolucionario como Niccol, tan pendiente de la evocación setentera del género que encontró en esa década y la siguiente un terreno en el que dispararse creativamente justo a las puertas de la tecnificación bestia y la masificación autocarnívora, quedan en casposo intento de trascendencia por el atajo más corto. Efectivamente, en todo esto se dan la mano Cuando el destino nos alcance, THX 1138 o Naves misteriosas, bajo un argumento más o menos profanado de La fuga de Logan (aquí, a menos que tengan ahorros de tiempo, la gente muere cinco años antes que allí) y con una lectura glocal. A las viejas reivindicaciones por una sociedad más justa y un reparto más equitativo de la riqueza (poco sutil metáfora la de In Time) aquí puede adscribírsele, parece querer decir Niccol, nuestra más directa realidad. La de los indignados y los movimientos de ocupación de Wall Street. Etcétera. Siempre necesario, casi nunca lo suficientemente impregnado de la fuerza, la punteria y la tocacojonez necesaria.
Porque, sea por el empaque de blockbuster (¿Justin Timberlake y Amanda Seyfried? vamos, hombre), sea por sus en otras circunstancias nada reprochables voluntades escapistas, al final de puro candor la cosa termina retozando en un lodazal en el que Robin Hood, Bonnie & Clyde, James Bond y Bernard Marx aparecen como punto de partida no desarrollado. Esto es, en In Time no hay transgresión, no hay audacia, no hay punk.
Hay efectismo, claro. Atmósfera retrofuturista con una ambientación vaporosa (literalmente, de vapor industrial) y un tratamiento de la fotografía que vende el gato de una planificación funcional o peor a precio de liebre, cortesía de una iluminación resultona y en algunos casos hasta expresiva. Y un carrusel de personajes planos o arquetípicos (de manual el misterioso benefactor/confidente que sabe la verdad y que, una vez vaciado de significado argumental, sólo tendrá un posible destino) capitaneados por un héroe idealista y una princesa reconvertida en mendigo por obra y gracia de una sucesión de acontecimientos y hechos que cuando no maman de la arbitrariedad lo hacen del puro capricho narrativo de un guión cimentado en el por que lo digo yo.
O sea, que van a aparecer por la otra esquina de lo cool una pandilla de avezados, cazadores de lo fallido y gracias a ellos se va a poder canonizar al señor Niccol como a una especie de Nolan albondiguero, convertirlo en un Playmobil Antiglobalización de bolsillo o en un visionario de la ciencia ficción de mensaje ascético y envoltorio guapo, guapo.
Pero qué queréis que os diga, cuando la falta de riego sanguíneo en la cabeza produce tales cantidades industriales de caspa a mí lo que me da es por rascarme el cuero cabelludo con fruición simia hasta la herida o la calvicie. Mucho me temo que con In Time, va a ser lo segundo. Porque ya digo, sangre en vena, más bien poca.
4/10
Xavi Roldan (La Casa de los Horrores)
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