miércoles, 7 de diciembre de 2011

¡Vivir!, Akira Kurosawa, 1952


Título original: Ikiru
Dirección: Akira Kurosawa
Guión: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni
Fotografía: Asakazu Nakai (B&W)
Música: Fumio Hayasaka
Producción: Toho Company
País: Japón
Año: 1952
Género: Drama
Duración: 137 min.
Intérpretes: Takashi Shimura (Kanji Watanabe), Shin'ichi Himori (Kimura), Nobuo Kaneko (Mitsuo Watanabe, hijo de Kanji), Kyôko Seki (Kazue Watanabe, nuera de Kanji), Makoto Kobori (Kiichi Watanabe, hermano de Kanji), Kumeko Urabe (Tatsu Watanabe, esposa de Kiichi), Miki Odagiri (Toyo Odagiri, empleado), Kamatari Fujiwara (jefe subsección),  Yûnosuke Itô (Novelista)...


Kanji Watanabe es un veterano funcionario de la administración que arrastra una vida monótona y gris; pero no es consciente del vacío de su existencia hasta que se entera de que tiene un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscar un sentido a la vida. Y cuando lo consigue se produce un cambio radical en su actitud respecto a los demás. (FILMAFFINITY)


La vida es corta

Akira Kurosawa realizó más de treinta filmes a lo largo de cinco décadas. Su extensa filmografía, descubierta en occidente a partir del éxito cosechado por Rashomon en 1950, obra que obtuvo el Óscar a la mejor película extranjera y el León de Oro en el Festival de Venecia, ha sido siempre analizada en dos categorías de obras: aquellas enmarcadas dentro de una tradición histórica anterior a la occidentalización que provocó el emperador Meiji en 1868 (las del llamado género jidai-geki), y aquellas otras de ambientación contemporánea (el género gendai-geki), en las que se realiza un análisis social de diversos aspectos del Japón anterior y posterior a la Segunda Guerra Mundial, en definitiva del tiempo y realidad sociales que vivió el mismo realizador.


Dentro de esta segunda categoría de filmes considerados por el mismo director como de tendencia realista (1), Kurosawa realizó en 1952 la película ¡Vivir!, una historia que narra los esfuerzos de un hombre por tratar de dar sentido a los pocos meses que le quedan de vida, tras habérsele diagnosticado un cáncer mortal de estómago. Conectada inevitablemente con Humberto D de Vittorio de Sica (1952), uno de los filmes paradigmáticos del neorrealismo italiano, la película de Kurosawa posee, pese al pesimismo existencialista aparente de su planteamiento, un mensaje más optimista que el de su contemporánea italiana. Watanabe, el protagonista de ¡Vivir! interpretado por Takashi Shimura, uno de los actores fetiches de Kurosawa y que realiza en este film una de sus mejores interpretaciones, es un hombre que, pese a la desesperación inicial que sufre ante la noticia de su inminente muerte, decide aprovechar los días que le quedan realizando una obra social que le permita sentir que su vida ha servido de algo. Watanabe había pasado sus días hasta el momento como funcionario al frente del departamento de atención al ciudadano, un departamento que, como el resto de secciones de la Administración, se desentiende completamente de las necesidades sociales y en el que los funcionarios se limitan a ejercer un trabajo burocrático rutinario y exento de cualquier implicación con la responsabilidad hacia la sociedad que deberían desempeñar. Este mensaje de crítica contra un sistema que poco o nada hace en ayuda de los ciudadanos más desfavorecidos es uno de los temas de fondo en esta película. Pese a que el cine de Kurosawa no puede considerarse un cine político, este espíritu de crítica social aparece frecuentemente en su filmografía, y está presente en filmes como El ángel ebrio (1948), Los bajos fondos (1957), Los canallas duermen en paz (1960), en la extraordinaria Barbarroja (1965) o en la posterior Dosdeska'den (1970).


En ¡Vivir! la denuncia contra la pasividad de los organismos gubernamentales ante la situación de crisis social y económica que atravesaba el Japón de la posguerra es evidente entre otros ejemplos en las afirmaciones de los mismos funcionarios que asisten al funeral de Watanabe, uno de los cuales reconoce abiertamente: "en la Administración no hay que hacer nada, ya que si haces algo te tachan de radical". Ejemplo de ello es la magnífica ambientación de la oficina, en la que se acumulan por todas partes montañas de solicitudes que dan muestra de la gran cantidad de quejas recibidas y del descuido y poca atención prestadas a ellas por los funcionarios. El mensaje dado por Kurosawa es sin embargo un mensaje esperanzador, representado en la lucha personal y posterior triunfo de Watanabe por conseguir realizar el proyecto de construcción de un parque para niños, lucha que viene a demostrar la posibilidad de mejorar la situación social existente. No obstante, y pese a este mensaje optimista, Kurosawa es realista, y aunque los funcionarios que asisten al entierro reflexionan sobre la necesidad y posibilidad de cambiar el orden de las cosas, la película se cierra con el retorno a la misma situación que abría el film, con el nuevo jefe de departamento desentendiéndose igualmente de los ciudadanos, y con la resignación cobarde de sus empleados ante esta vuelta a la vida rutinaria anterior (extraordinario plano el que muestra al único funcionario disconforme con la situación sentarse en su silla y esconderse tras las montañas de papeles que inundan su mesa).


¡Vivir! se estructura en dos partes, la primera de las cuales comprende la historia de Watanabe desde el planteamiento de su dedicación profesional y la noticia de su enfermedad hasta su decisión de emprender la lucha por la construcción del parque. Esta primera mitad desarrolla el conflicto emocional del personaje, el cual atraviesa una profunda situación de crisis personal como resultado del conocimiento de su inminente muerte. Watanabe tratará inutilmente de recuperar el tiempo perdido en su vida anterior, dándose cuenta de que ya no puede reparar la relación de incomunicación con su hijo y su nuera, y comprobando asímismo que el disfrute desenfrenado de las juergas nocturnas no le reporta ningún tipo de satisfacción vital. El protagonista encuentra sus únicos momentos de felicidad en sus encuentros con una joven ex-empleada en su departamento, cuya vitalidad le transmite por fin cierta alegría de vivir y que actúa como catalizador de la decisión de Watanabe por realizar una misión social que le haga por fin darle un sentido a su existencia. La segunda parte del film comienza tras la elipsis marcada por el narrador que anuncia la muerte del protagonista tras cinco meses transcurridos. En esta segunda mitad, y teniendo como fondo narrativo el funeral de Watanabe, se procede a la reconstrucción de la consecución del objetivo del protagonista, a través del testimonio de los diversos asistentes a su entierro. Pese a ser considerada por una parte de la crítica como reiterativa y demasiado larga, y aunque ciertamente algunos de los hechos explicados puedan resultar redundantes, la duración de esta larga secuencia del velatorio encuentra su explicación en la intención por parte de Kurosawa de escenificar el lento desarrollo de un ritual de estas características, en el que los diversos asistentes van conformando con sus comentarios –ayudados por la ebriedad que les va provocando el sake que se les ofrece–, un exhasutivo retrato del difunto, en el que saldrán a la luz tanto sus defectos como sus cualidades y en el que el fallecido se convertirá en el centro de un debate sobre su vida que realmente muy pocos o ninguno conoce realmente.


La estructura del filme, tanto de la primera como de la segunda mitad, está caracterizada por continuos flashbacks de breve duración que actuan como soporte explicativo a los hechos, recurso este ampliamente utilizado en la filmografía de Kurosawa y que había encontrado su máxima expresión formal en la innovadora estructura fragmentaria de Rashomon. Aunque de manera más lineal que en aquella, ¡Vivir! se desarrolla igualmente como un conjunto de situaciones significativas que propician una reconstrucción de los hechos por parte del espectador, fragmentos entre los que destacan los recuerdos del entierro de la esposa de Watanabe, con ese maravilloso encadenado al plano subjetivo del padre y del hijo viendo cómo se aleja la carreta que porta el féretro de la madre, o la alternancia de primeros planos del protagonista gritando el nombre de su hijo con escenas que recuerdan hechos destacados de la infancia del mismo. El tiempo es manipulado a gusto del realizador no sólo con los saltos atrás en el relato, sino también con la utilización frecuente de elipsis que resumen fragmentos de la historia. Excelentes ejemplos de este montaje elíptico son las secuencias del paso de un departamento a otro de la solicitud de construcción del parque por parte de unas mujeres o las diferentes situaciones vividas por el protagonista en sus noches de juerga junto a un joven escritor bohemio, personaje que actúa como una especie de Mefistófeles benigno en este descenso existencial de Watanabe a los infiernos.


¡Vivir! es una de las películas de Kurosawa en las que el lirismo visual está más conseguido. La impoluta realización en el montaje y la composición de los planos, muestra de la siempre soberbia puesta en escena y dirección características del realizador, llega a su cumbre en momentos tan perfectos como la escena del columpio, en la que Watanabe se balancea cantando "La vida es corta", esperando ya su muerte bajo la nieve. La presencia de la naturaleza y los fenómenos atmosféricos como elementos que acompañan a la narración y aportan especial significado a ella es otra de las constantes en el cine de Kurosawa, ejemplificada en la perfecta lucha final bajo la lluvia de Los siete samuráis (1954), en el viento que azota el pueblo en Barbarroja o en Trono de sangre (1957), o en la niebla que ahoga el valle en esta última y en La fortaleza escondida (1958), por citar sólo algunos ejemplos. Watanabe se mece en el columpio bajo una nieve que viene a reforzar el aire de leyenda que envuelve la historia de este héroe, conectando con la afirmación que haría el personaje central de Barbarroja al afirmar que no hay nada más solemne que los últimos momentos de un hombre. Shimura enriquece con su interpretación esta idea de dignidad y triunfo vital en su personaje, interpretación soberbia influida por el teatro japonés, en el que se enfatiza la expresividad del actor sobre un mínimo movimiento de su figura.


¡Vivir!, definida por José Enrique Monterde como perteneciente a un «neorrealismo de los sentimientos» (2), se configura al fin como un canto positivo hacia la vida y la necesidad de utilizar nuestro escaso tiempo vital de la manera más intensa posible. Lejos de un pesimismo existencialista que trate la muerte como el horrible final del camino, el mensaje final del film de Kurosawa es mucho más esperanzador, y consigue en su propuesta dejar la sensación de haber asistido a una extraordinaria lección de vida, lección coherente con la visión humanista presente en todo el cine del japonés, en el que se concluye que el ser humano ha de tratar al fin de dedicar todos sus esfuerzos en aprovechar al máximo el tiempo que le es dado, tiempo valiosísimo y demasiado corto como para ser malgastado inútilmente.

(1) Pese a esta definición, Kurosawa nunca se consideró un realista, sino un sentimental, aunque sus intenciones fueran de caracter realista (citado por Sara Torres en su artículo ¿Vivir?, revista NOSFERATU, especial Akira Kurosawa, nº 44-45, Diciembre 2003, p.156)
(2) Compormiso con el humanismo, revista NOSFERATU, íbid, p. 10.

Susanna Farré (Miradas de Cine)


Yo no puedo estar odiando a la gente, no tengo tiempo.

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