Título Original: To Be or Not to Be
Dirección: Ernst Lubitsch
Guión: Edwin Justus Mayer
Fotografía: Rudolph Maté (B&W)
Música: Werner R. Heymann
Producción: Romaine Film / Alexander Korda
País: Estados Unidos
Año: 1942
Duración: 99 min.
Género: Comedia
Reparto: Carole Lombard, Jack Benny, Robert Stack, Stanley Ridges, Felix Bressart, Lionel Atwill, Sig Ruman, Tom Dugan, Charles Halton, George Lynn
Segunda Guerra Mundial. Varsovia, durante la ocupación alemana. El profesor Siletsky, un espía al servicio de la Gestapo, está a punto de entregar una lista con el nombre de los colaboradores de la resistencia. Joseph Tura, actor polaco intérprete de Hamlet y esposo de María Tura, también conocida actriz, intentará solucionar esta peligrosa situación y, con la ayuda de los actores de su compañía, se hará pasar sucesivas veces por el cruel coronel Erhardt y por Siletsky para entrar en el cuartel general de las SS. (FILMAFFINITY)
A vueltas con la representación
Me resisto a creer que el nombre de Ernst Lubitsch está siendo olvidado. Pero me temo que es así. La nueva cinefilia —de la que generacionalmente me siento partícipe— no habla ya casi del director alemán y lo considera un buen cineasta más de la era clásica al que no apetece revisar desde el presente. Lo mismo sucede con Ophüls, Tourneur, Ray, Sturges, Walsh o incluso Lean. Autores brillantes que, más allá de un par de títulos míticos (o ni eso), han dejado de cotizar en la bolsa crítica. Una tendencia, ésta, que tiene mucho de aquello de matar al padre (o, al menos, los gustos de éste) y que suele repetirse cada tantos años con nombres distintos. Hoy nos gustan Ozu, Browning, Garrel, Suzuki o Cassavetes. Mañana serán (como lo fueron ayer) Greenaway, Kim Ki Duk, Wong Kar Wai o Kusturika. Y así, infinitamente. Sin embargo, Lubitsch —así lo creo yo— nunca debería haber entrado en este intercambio de cromos. Es —como lo son Hitchcock, Murnau, Ford y unos pocos más— un pilar esencial. Sin sus películas —que llevaron al límite las posibilidades de la comedia dentro de los grandes estudios— hoy no existirían ni Judd Apatow ni Wes Anderson. Ellos —como tantos otros comediantes— le deben mucho a un hombre que, al alcanzar la máxima sofisticación posible dentro de los límites del clasicismo, abrió las puertas a otro tipo de sensibilidades humorísticas. Ninotchka, Un ladrón en la alcoba o Una mujer para dos nacieron para quedarse y sería muy absurdo que ahora las olvidásemos. Es cierto que el género ha mutado, pero las comedias de Lubitsch —de indudable importancia artística e histórica— no deberían quedarse como lujosas piezas de museo. Necesitan —como toda película— de un espectador que las (re)interprete. Y, en parte, de ahí nace nuestro interés por recuperar un filme tan comentado como Ser o no Ser. Se trata, quizás, del único clásico de Lubitsch que aún es realmente popular, pero eso no es motivo suficiente para dejarlo de lado. Pues pensamos que nunca está de más volver a escribir sobre una película, aplicarle nuestra propia mirada e incorporarla a los diálogos del presente mientras cuestionamos su vigencia.
Más interesante si cabe es nuestra misión cuando el título en cuestión es el más representativo de la apasionante carrera de Lubitsch. El director berlinés tiene un montón de comedias geniales, sutiles e irónicas. Pero ésta es, seguramente, la que trasciende a todas ellas, el punto álgido de su filmografía. Desde el primer paseo del Hitler-actor por Varsovia, el espectador ya intuye que el cineasta maneja un juego de representaciones más complejo de lo habitual. Las normas sagradas de Lubitsch se han roto con la llegada de la Segunda Guerra Mundial y las tensiones que antes latían en el fuera de campo resuenan ahora en primer término. Lo terrible alcanza dimensiones desconocidas, los enredos amorosos se revelan triviales y lo que resultaba una disputa de un trío, pasa a ser un conflicto que afecta a toda la comunidad. El horror nazi ha llegado y el director alemán no puede más que advertir a sus personajes —y por ende al público que convive con ellos— de lo que está sucediendo. Los rostros afectados de Maria Tura y su aviador dejan claro el posicionamiento moral de quien los dirige. Mientras ambos filtrean por segunda vez en el camerino, les llega la noticia de la guerra y, consecuentemente, no pueden más que conmocionarse. El cineasta sabe que la discusión de los amantes ya no tiene interés. La realidad se ha entrometido en la calma de la ficción y la bombardea. Desde ese momento, Lubitsch se ve obligado a transformar coherentemente su filme. Y lo que parecía una comedia romántica ubicada en los albores de la guerra, se convierte en una sátira social e individual sobre los responsables de ésta.
La crítica a los nazis de Ser o no Ser (aplicable a todo sistema autoritario) se basa sobre todo en dos mecanismos humorísticos: la imitación y la repetición. Al usar frases idénticas en diversas situaciones o en una misma escena e insistir con movimientos miméticos —como el de la mano alzada para saludar—, el cineasta consigue ridiculizar a los que llevan a cabo las acciones con gags a largo plazo y por acumulación. Mientras que al seguir el mecanismo de la imitación, el director plantea una reflexión mucho más amplia que va ligada al que es el gran tema de su filmografía: las apariencias. Lubitsch, que incluso en sus filmes más ligeros demostró ser un analista certero de los comportamientos sociales, propone en esta película un juego complejo de capas en el que varias identidades se superponen como muñecas rusas. Con disfraz o sin él, los personajes principales actúan camaleónicamente a varios niveles según la situación en la que se encuentran. A veces interpretan a otra persona, en ocasiones fingen ser quien no son para conseguir lo que quieren y, casi siempre, dicen indirectamente lo que piensan para guardar las apariencias. Sus acciones no son juzgadas por el cineasta que, huyendo de maniqueísmos, se atreve a retratar sin connotaciones negativas a los individuos nazis (resultan simpáticos, nunca les vemos matar a nadie). Todo ello sin rebajar la fuerza del mensaje contra el sistema hitleriano y con la intención de hacer explícita —y exagerada— la importancia que la representación tiene en la vida humana en general y en los regímenes fascistas en particular.
Entre otros juegos de apariencias, en Ser o no Ser asistimos a las calculadas coreografías del Führer y su ejército en el teatro, a los constantes cambios de máscara (y de guión) de los miembros de la resistencia y a las contradicciones de unos soldados alemanes que siguen fielmente a su líder, pero, a su vez, se ríen de él a sus espaldas. Situaciones, éstas, que ayudan a configurar un filme tan delirante como inapelable. Una pieza maestra que, pese a poner en evidencia su artificio —se representa la invasión de Polonia en un plató, con intérpretes que conversan en inglés y sin violencia—, consigue desenmascar la realidad desde la ficción, desvelar la esencia de la hipocresía humana a través del sentido del humor. Sólo por ello ya merecería la pena verla pensando en el mundo de hoy. Más de uno se llevaría una agridulce sorpresa.
El cineasta alemán Ernst Lubitsch (1892-1947) desarrolló buena parte de su carrera en Estados Unidos, triunfando como maestro indiscutible en la llamada "comedia sofisticada". A partir de 1932, este director logra la cumbre de su carrera, con obras tan celebradas como Angel (1937), Ninotchka (1939), El bazar de las sorpresas (1940), El diablo dijo ¡No! (1943) o El pecado de Cluny Brown (1946).
De To be or not to be admiramos su capacidad -no disminuida con el paso del tiempo- para hacernos reír, así como el prodigioso guión y los diálogos. Frente a buena parte de las comedias actuales, hay que destacar la maestría del cine de los años treinta y cuarenta, en el que esta película tiene un puesto de honor. Contiene una de las secuencias más humorísticas que nos ha dado el cine. Se trata de aquella en la que los nazis, que han descubierto el cadáver del profesor Siletsky, tratan de desenmascarar al impostor Tura que se ha disfrazado del profesor. Le dejan solo con el cadáver en una habitación para que se desespere y, en una jugada maestra, el falso Siletsky le afeita la barba al verdadero con el fin de dar el pego. Sin embargo, la maestría del director se muestra en el retorcimiento a que llega el "gag" cuando, una vez engañado el coronel Ehrhadt, aparecen disfrazados de nazis los miembros de la compañía teatral y le muestran al coronel a Tura disfrazado de falso profesor.
El ingenio del director alemán se muestra en los diálogos, el dominio de las situaciones cómicas de enredo y un guión ágil y cuidadosamente medido. Así, la aparición del coronel Ehrhadt -el único personaje propiamente ridiculizado de toda la historia- se retrasa considerablemente, cuando es necesario para llevar hasta sus últimas consecuencias la sátira.
To be or not to be es una de las mejores comedias de Ernst Lubitsch. Frente a otras obras menos comprometidas, en este caso el humor está al servicio de la crítica política, lo que ya había llevado a cabo, refiriéndose a la Rusia soviética, en Ninotchka. En efecto, se trata de una de las sátiras antinazis más corrosivas que nos ha dado la historia del cine. La burla apenas utiliza elementos propiamente políticos. Como advierte un cartel al inicio del filme, los nazis, "además de hacerse odiosos, hicieron el ridículo". es decir, el humor se logra al ridiculizar el militarismo, el culto a la personalidad y la obediencia ciega. Casi se podría decir que lo que repugna al director alemán es la estética nazi (que, evidentemente, se corresponde con una ética).
• La "obediencia debida" a los superiores por la que los colaboradores del nazismo justificaron los crímenes en el proceso de Nuremberg aparece en la película ridiculizada hasta el extremo de los dos pilotos que se tiran del avión sin titubear porque se lo ordena el (falso) Führer.
• El coronel Ehrhardt aparece como el jefe inútil que descarga en sus subordinados la responsabilidad de sus actos; constantemente se escuda en los mandados para ocultar su incompetencia. Con esta situación, el director muestra lo ridículo que resulta un sistema jerárquico en el que no se discuten las órdenes y en el que cualquier jefe puede ser un déspota cuya conducta estúpida o criminal siempre es achacada a los subordinados.
• El juego de la compañía teatral en el desarrollo de la intriga pone de relieve la teatralidad del nazismo, es decir, el hecho de que la ideología nazi se basa en una puesta en escena de banderas, uniformes y saludos. La facilidad de los actores polacos para hacerse pasar por nazis es proporcional al vacío de identidad que tienen los nacionalsocialistas.
• Hay una crítica a la vanidad de los actores de teatro que, en este caso, se ejemplifica en el personaje de Joseph Tura. Siempre se ha dicho que para ser actor hace falta una dosis de esquizofrenia (o desdoblamiento de la personalidad) y no poca de exhibicionismo y deseo de llamar la atención.
• Paralelamente a la reflexión sobre el hecho teatral y sobre la vanidad de los actores, hay una valoración positiva de los cómicos de segunda fila, de esos secundarios y figurantes que no tienen ocasión de encarnar a un protagonista y viven la profesión con la esperanza oculta de que un día llegue su oportunidad. Uno de ellos es el actor que hace soldado en "Hamlet" y a quien le gustaría declamar desde el escenario un fragmento de "El mercader de Venecia". Sólo cuando sus compañeros vestidos de nazis representan su papel en la realidad, con peligro de sus vidas, ese hombre logra decir el monólogo que tantas veces deseó.
• También la teatralidad, entendida como falseamiento de la realidad, como adopción de papeles que ocultan la identidad o la ponen al servicio del engaño, aparece en el juego de los espías.
(Extraido de Kairos – CINEMATECA: Perspectivas didácticas)
Muy bueno y muy util!
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