martes, 22 de noviembre de 2011

Lo que me queda por vivir, Elvira Lindo


Antonia tiene 26 años cuando se ve sola con un hijo de 4 y un marido que es un lastre, en el convulso Madrid de “La Movida”. Se enfrentará a su juventud y a la maternidad, intentando hacerse un hueco en la vida y en la profesión de periodista radiofónica, en un tiempo de bruscos cambios, arrastrando el lastre de la temprana pérdida de su madre y una soledad que le carcome los huesos.

Siempre hay mucho de Elvira Lindo en Elvira Lindo, pero jamás como en esta entrega. Lo dice ella misma: “Lo que puedo ver ahora, tantos años después (…), lo que puedo confesarme (…) es que lo más sobresaliente de esa imagen es la expresión desasistida de esa muchacha huérfana”… Y sin duda esta novela es un ejercicio de orfandad, de intemperie, de romperse la camisa como Camarón para embarcarse en su mejor novela. Una en la que no inventa sino que habla de lo que conoce: de quienes vivimos los 1980 con hijo o sin él, con edad para entrar en el Rockola o sin DNI para hacerlo, con pelo rojo o verde, pero con los mismos “ojos de perdidas que no dejaban soñar”… Éramos “las chicas de ayer”, que nos hemos convertido en las de hoy para contarlo. Para testimoniar que hubo una turbulenta década de ruptura para la que nadie nos preparó. Que una caterva de “flojos de pantalón” quería hacernos comulgar con “hamburguesas de colores para niños de Sodoma” y nos negamos. Porque, aunque alguien nos buscara siempre en “Groenlandia”, jamás daría con nosotras porque éramos mucho más que “seres metálicos en jardines botánicos”, de una vida prestada por nuestros ancestros. De igual forma que ha brotado un subgénero “guerracivilista”, sólo algunas voces están autorizadas para crear una corriente literaria de aquella década de amor, dolor, descubrimiento, cambios y dudas, muchas dudas. La prosa de Elvira es alegría y es dolor. Transición del alma, a fin de cuentas, de una menor a una mayor perfección, asociada al recuerdo. Verbo con buen “tanino”, mucho antioxidante y mejor retropaladar. Dentro de esta novela hay un ser humano, desasosegado y de consenso. Porque sólo lo uno y lo otro mueven la literatura y el mundo.

Por Ángeles López (Qué leer)

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