sábado, 5 de noviembre de 2011

Nader y Simin, una separación, Asghar Farhadi, 2011


Título original: Jodaeiye Nader az Simin
Dirección: Asghar Farhadi
Guión: Asghar Farhadi
Fotografía: Mahmoud Kalari
Música: Sattar Oraki
Producción: Memento Films / Sony Pictures / Asghar Farhadi
País: Irán
Año: 2011
Género: Drama
Duración: 123 min.
Intérpretes: Sareh Bayat, Sarina Farhadi, Leila Hatami, Kimia Hosseini, Shahab Hosseini, Babak Karimi, Peyman Moaadi, Ali-Asghar Shahbazi, Shirin Yazdanbakhsh


Simin y Nader, un matrimonio con una hija, deciden abandonar Irán en busca de una vida mejor. Sin embargo, en el último momento él se echa atrás debido a que a su padre le han diagnosticado Alzheimer y no quiere abandonarlo. Ella pide entonces el divorcio y, al no serle concedido, se muda a vivir con sus padres. Él, que se queda con la niña, decide contratar a una mujer que le ayude a cuidar a su padre. Pero un día, al llegar a casa, encuentra al anciano atado a su cama; a partir de ese momento, tanto su vida como la de la niña darán un vuelco. (FILMAFFINITY)


Muchas veces en el cine se poseen muchas facultades pero falla el elemento, esa forma atractiva de contar lo que te apetece de una forma poco previsible, armada de valores y escrutada en un planisferio tanto horizontal como vertical que desata claves a raudales en un una especie de carrera de obstáculo permanente desde dentro y fuera de la película. Así visto puede parecer una verdadera epopeya poseer ese elemento, pero Asghar Farhadi ha demostrado tenerlo: no sólo porque título a título logra armarse de valor y superarse (ejercicio harto complicado), sino porque, a su vez, el director iraní logra adentrarse con un título de clara devoción por el análisis de (nuevamente) su país, Irán, en las casas de las clases medias occidentales con sentido, empatía, ritmo y narrativas coherentes. Nader y Simin, una separación, nuevo título del iraní tras A propósito de Elly, es su mejor película y un mosaico de cuestionamientos a los valores racionales desde el conflicto social, político, ético, moral, religioso de varios mundos a la vez pero conectando con una idea universal se esté donde se esté: hasta qué punto valoramos la verdad.


A pesar de poseer un título digno de telenovela de media tarde en Telemadrid, Nader y Simin, una separación es casi una reacción filmológica al análisis de los tics sociales en los países de Oriente desde una perspectiva de corte más occidental. Al margen del clásico análisis al que nos estamos, últimamente, acostumbrando en el que directores que huyen (justificadamente, por otro lado) por la puerta de atrás de sus países de origen y critican a troche y moche a sus antiguas deidades y contradictorios comportamientos sociales en sus países de origen, Farhadi entra en ellos desde una zona en el que la contradicción e intervención de las bondades occidentales no sean ni tan buenas ni tan malas si comparamos las diferencias de ambos mundos, quitando hierro a cuestiones manoseadas y buscando empatía con el espectador desde las historias donde la conexión entre ambos hemisferios puede ser tangible. El núcleo central de la historia radica en el inicio de los trámites de divorcio entre Nader y Simin: él, funcionario público; ella, profesora en un colegio; ambos, padres de una niña adolescente y dueños de, hasta que se le descubre un Alzhéimer de caballo al padre de él, un futuro prometedor fuera de las fronteras de Irán, más concretamente en Francia. La decisión de Nader es quedarse a cuidar de su padre y tirar todos los sueños de la pareja e intento de mejora de condiciones de vida y de futuro para su hija por la borda. Acto seguido, la huida enrabietada de su mujer y consiguiente abandono del seno familiar despierta un caos eléctrico que se le va de las manos a Nader: contrata a una joven para que cuide a su padre mientras él trabaja y su hija estudia, pero sin tener en cuenta los conflictos religiosos que ello puede convenir, el ocultamiento del trabajo por parte de la contratada a su marido y los problemas que, por encima, ese trabajo puede traer a una embarazada.


Farhadi desarrolla un cacao de dramones que van cayendo uno tras otro, haciendo del ejercicio una bordonera híper trágica en donde no hay noticias positivas y en donde el supuesto tema central, la separación de la pareja, deja de serlo para analizar los conflictos sociales, religiosos y morales que conlleva todo lo mencionado: dejar sola a una mujer embarazada a cuidar de un anciano con Alzhéimer y demencia senil y, por encima, que esta misma señora se lo oculte a su marido. El director iraní logra no sólo no irse por las ramas para analizar las cuestiones burocráticas, legales y sociales de su país, sino para penetrar en cada uno de los personajes (los cinco personajes principales: Nader, Simin, su hija Termeh y la pareja Hodjat y Razieh) para analizar la cuestión verdaderamente central de la película: la verdad, la mentira, los conflictos de intereses, la poca empatía social entre los habitantes de su país y la constante guerra amoral con la que tienen que convivir en terrenos orientales. Buena culpa de ello tendrán las impresionantes actuaciones de todos y cada uno de los protagonistas, sobre todo por parte de Peyman Moaadi (Nader en el film) y el padre de él, mudo permanente y personaje inerte y simbólico del drama sentimental que no logra acolchar el daño hecho y por venir. Obra maestra del juicio de valores ambulante.
Alan Queipo (NOTODO.com)


ENTREVISTA CON ASGHAR FARHADI
¿Qué le dio la idea para esta película? ¿Cómo surgió?
Estaba en Berlín, trabajando en un guión para una película que transcurría en dicha ciudad. Una noche, en la cocina, me llegó el sonido de una canción iraní desde la casa de al lado. De pronto, me invadieron los recuerdos, imágenes que pertenecían a otra historia. Intenté deshacerme de ellas para concentrarme en el guión que estaba desarrollando, pero no había nada que hacer. Las ideas y las imágenes habían arraigado en mi cabeza. No me dejaban. Fuera donde fuera, andando por la calle, viajando en transporte público, una historia embrionaria perteneciente a otro lugar me perseguía, invadía mi tiempo dedicado a Berlín. Decidí regresar a Irán y dedicarme a este nuevo guión. Podría decirse que esta película nació en una cocina berlinesa.

¿Cómo trabaja con los actores?
Suelo tardar mucho en escoger a los intérpretes, y esta película no ha sido una excepción. Intento no cargar a los actores con reflexiones generales acerca de la película o de mi visión de la misma. Prefiero que se concentren en su definición y en las intenciones del personaje. Me gusta adaptarme a cada actor, a su forma de interpretar. La constante en todas mis películas
son los ensayos. Entonces veo al actor convertirse en el personaje, y eso nos permite concentrarnos en detalles durante el rodaje. Los ensayos fueron largos. Trabajamos a partir de un guión muy concreto, muy detallado, que seguimos al pie de la letra para que cada actor entendiera la dimensión del personaje. Puede que esta forma de trabajar provenga de mi experiencia teatral. Con esto no quiero decir que descarto de antemano o prohíbo otras propuestas y opiniones, al contrario, pero solo durante los ensayos.
Una vez empezado el rodaje, los cambios son mínimos.

¿En qué condiciones rodó?
Todo se rodó en escenarios naturales, excepto las escenas en el despacho del juez y en el tribunal. No nos autorizaron a rodar en un tribunal de verdad y tuvimos que construir un decorado en dos escuelas abandonadas.


La separación es el núcleo de la película, pero ¿solo se refiere a la pareja?
No me parece importante que el público conozca mis intenciones. Prefiero que salgan de la sala haciéndose preguntas. Creo que, actualmente, el mundo necesita hacerse más preguntas y no tener tantas respuestas. Las respuestas impiden plantear preguntas. Y me esforcé desde el principio en plantear las preguntas. La primera es si un niño o una niña iraní tiene más posibilidades en su país o en el extranjero. No hay una respuesta definitiva.
Deseo que la película obligue al espectador a hacerse preguntas como esta.

Los dos personajes protagonistas son mujeres, ¿por qué?
En todas mis películas intento dar una visión realista y compleja de los personajes, sean hombres o mujeres. No sé por qué las mujeres tienden a ser una mayor fuerza impulsora en mis historias. Puede que sea una elección inconsciente por mi parte. Quizá se deba a que en una sociedad en que la mujer está oprimida, el hombre tampoco puede vivir en paz.
Actualmente, en Irán, las mujeres son las que realmente luchan para recuperar los derechos que les han retirado. Son auténticas resistentes, más decididas que los hombres.
Aunque las dos protagonistas sean mujeres, su elección es totalmente diferente. Ambas intentan salvarse. Una pertenece a la clase baja y pobre, con todo lo que eso implica, y otra, a la clase media.


¿Fue su intención hacer un retrato más contrastado de las mujeres iraníes?
El público occidental suele tener una idea muy fragmentada de la mujer iraní, a la que ven como un ser pasivo, encerrado en casa, alejado de cualquier actividad social. Puede que haya mujeres en Irán que respondan a ese patrón, pero en general, las mujeres juegan un importante papel en la sociedad, son muy activas, directas, a pesar de las restricciones a las que están
sometidas.
En la película vemos a estos dos tipos de mujeres, pero ninguna intenta ser una heroína. No hay un enfrentamiento entre la buena y la mala. Simplemente son dos versiones enfrentadas. En mi opinión, esta es la tragedia de nuestro tiempo. Surge un conflicto entre dos entidades positivas.
Solo puedo esperar que el espectador no sepa cuál de las dos debería salir victoriosa.


¿Cree que es necesario conocer la cultura o el idioma para entender todas las posibles lecturas?
Probablemente sea más fácil para el público iraní comprender la película en su totalidad. No solo por una cuestión de idioma; también el contexto y la textura social en que se desarrolla la historia le permitirá llegar a interpretaciones menos obvias.
Pero el corazón de la historia es un matrimonio. El matrimonio es una forma de relación entre dos personas que existe sin importar la época o la sociedad. Las relaciones humanas tampoco son específicas de un lugar o una cultura en concreto. Es una de las preocupaciones más esenciales y
complejas de la sociedad moderna. Por eso creo que el tema de la película es accesible a un público mucho más amplio, va más allá de las fronteras geográficas, culturales o lingüísticas.

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