martes, 15 de noviembre de 2011

Tímidos anónimos, Jean-Pierre Améris, 2010


Título original: Les émotifs anonymes
Dirección: Jean-Pierre Améris
Guión: Delphine Régnier-Cavero, Philippe Blasband, Jean-Pierre Améris
Fotografía: Gérard Simon
Música: Pierre Adenot
Producción: StudioCanal / Pan Européenne Production / RTBF / Toto & Co Films / France 3 Cinéma / Toto & Co Films
País: Francia
Año: 2010
Género: Comedia. Romance.
Duración: 80 min.
Intérpretes: Isabelle Carré, Benoît Poelvoorde, Lorella Cravotta, Lise Lametrie, Swann Arlaud, Pierre Niney, Stephan Wojtowicz, Jacques Boudet, Grégoire Ludig, Céline Duhamel.


Angélique y Jean-René, dos personas extremadamente tímidas, acuden a una terapia de grupo para gente acomplejada y con problemas de comunicación, pero, de repente, se enamoran a primera vista. Sin embargo, su relación se verá entorpecida debido a sus dificultades para relacionarse. (FILMAFFINITY)


ENTREVISTA A JEAN-PIERRE AMÉRIS


¿Cómo nació el proyecto?
Creo que siempre he llevado dentro esta película. Es sin duda mi película más íntima y más autobiográfica. Siempre he sabido que un día explicaría una historia sobre esta emotividad, de la angustia que llevo desde muy joven. Recuerdo que de niño, cuando tenía que salir de casa, miraba antes por la rendija de la puerta para asegurarme que no había nadie en la calle. Si llegaba tarde al colegio era incapaz de entrar en clase. En la adolescencia se agravó todavía más y por eso me apasioné por el cine. En el abrigo de las salas oscuras sentí realmente la miedo, el suspense, la alegría, la esperanza, podía vivir las emociones más intensas sin preocuparme por la mirada de los demás.

A pesar de ello, ha hecho varias películas y el lugar del director está muy expuesto.
De aquella cinefilia afectiva surgieron mis ganas de hacer películas, y es el cine el que me ha permitido superar mis miedos. A medida que progresaba, intentaba transformar aquella angustia en aliada. Se convirtió en un motor. Fue así como me atreví a hacer mis primeros cortometrajes y meterme realmente en la piel de un director, con todo lo que eso supone. En perspectiva, vego que el miedo ha estado el tema de mis películas: el miedo al compromiso en Li bateau de mariage, el miedo a lanzarse a su pasión de actor en Els aveux de l'innocent, el miedo a la muerte en La Vida (C'est la vie), el miedo a la sexualidad en Mauvais Fréquentations. Los miedos de mis personajes contituyen el prisma a través del que los observo pero, como soy de naturaleza positiva, también me gusta explicar como lo superan y tienen éxito.

¿Usted formó parte de Sensibles Anónimos? 
Cuando sobre el año 2000 descubrí que existían estas asociaciones, fui. También he participado en un grupo de terapia en el Hospital de La Pitié-Salpètrière. Descubrí otras personas, otras historias y, sobre todo, tomé conciencia del número increíble de personas que sufren por este mal. Lo que más teme un hiper emotivo es la presencia, la intimidad. La idea de encontrarse desnudo, tanto en sentido literal como figurado, le da pánico. Me sorprendió mucho oír el testimonio de jovenes muy bellas que estaban totalmente angustiadas delante de la idea de una cita; he visto a hombres (a los que podría haber envidiado por su aparente seguridad) explicar hasta que punto el daba miedo realizar una exposición en público. Me tocaron y emocionaron estas miserias cotidianas.


¿Cómo definiría el perfil de tipo hiper emotivo?
Estas personas no son tímidas, es diferente. Son personas que viven en una tensión casi permanente, divididas entre un deseo muy fuerte de amar, de trabajar, de existir, y algo que las retiene y las bloquea siempre. Están llenas de energía y no están deprimidas ni son depresivas. Es este estado de tensión definitorio el que me llevó hacia la comedia, porque todo eso las lleva a menudo a situaciones increíbles. En los grupos de terapia escuché cosas muy divertidas de las que llegábamos a reírnos todos juntos. Los hiper emotivos están tan dispuesto a lo que sea para evitar lo que les da miedo que se encuentran en situaciones inversímiles y realmente cómicas. Y cuando se atreven a actuar, pueden llegar a hacer locuras. Funcionan como los motores de explosión. Es un recurso cómico formidable.

¿Cómo se les reconoce?
No es nada evidente. A menudo son, sin saberlo, excelentes actores. Como han de asegurarse que no dejan entrever sus miedos, desarrollan una aptitud para replicar, para actuar, que puede llegar a ser impresionante. No es casualidad que muchos actores sean hiper emotivos.

¿Su percepción del mundo está desencajada?
Estas personas ven el mundo como un pequeño teatro. Están frente al escenario de un espectáculo al que han de subir para interpretar, estando convencidos de que no podrán mantener el papel. Para ellos nada es banal. Entrar en un restaurante abarrotado, descolgar el teléfono. Todo les implica extremadamente. De golpe, ven también el mundo con una especie de poesía, un poco desencajado, extraño, un poco como los niños. Ser emotivo es estar vivo. A pesar de todas las dificultades que a veces provoca, también es una forma de ver la vida con una intensidad excepcional. Paradójicamente, me dan pena los que están asqueados, los que no sienten nada, los que no notan nada, los que lo viven todo sin implicarse. Los emotivos tienen una fantasía, una energía que los hace ver el mundo de otra manera.

Sus películas siempre hablan de personajes a los que les cuesta encontrar su lugar... 
Siempre hemos explicado historias sobre individuos solitarios que intentan integrarse en un grupo. Les da miedo, pero buscan un vínculo. Es lo que me gusta explicar en mis películas y es en cierta medida la función del cine: crear un vínculo, reunir. La hiper emotividad es una característica que aisla mucho, de pequeño era más bien solitario. Todavía no he llegado a ese extremo, he conocido a gente que no podía salir de su casa. Todo se convierte en una dificultad. Ir a buscar el pan o cruzarse con alguien en la escalera supone un esfuerzo. Hay miedo del otro y de su mirada.


¿Cómo decidió convertirlo en la base de su nueva película?
Es un proceso lento, una ganas que me han crecido con el tiempo. Me atormentaba una pregunta: ¿qué nos atemoriza en la vida? ¿El castigo, el ridículo, el fracaso, la mirada de los demás? Cuando realicé La Vida (C'est la vie), frecuenté a mucha gente que iba a morir y todos me decían lo mismo: "qué idiota he sido, tenía miedo. Hubiera podido hablarle, decirle que le quería. Hubiera habido de atreverme. Ahora es demasiado tarde. ¿Qué me da miedo?". Este sentimiento es bastante universal. Todos nos arrepentimos de haberlo intentado, y a menudo es estúpido.

Hay que lanzarse, no tener miedo del fracaso, no temer llegar al límite. Lo importante no es tener éxito o fracasar, sino intentarlo. Tenía demasiado miedo al fracaso. Estamos en un época de carrera para los resultados y esto añade todavía más una presión que no aporta nada. Hay que tener éxito, hay que ser guapo, joven, pero eso destruye a las personas. Nadie consigue tener tanto éxito como los modelos que nos ofrecen. Es lo que intentó explicar en la película. Me apetecía explicar una historia sobre esta angustia pero con un enfoque ligero, que pudiera dar confianza a la gente que, en diversos grados, sufren lo mismo que los personajes.

¿Cómo ha estructurado la historia?
He pensado en esta película durante años y la he enriquecido con personas a las que he conocido y con mi propia experiencia. Las cosas cristalizaron cuando me di cuenta de que se podía abordar el tema mediante la perspectiva de la comedia romántica. El potencial de las situaciones posibles entre dos personajes que sufren hiper emotividad era enorme. Empecé a tomar notas, a documentarme. También leí mucho, sobre todo la obra de Christophe André y de Patrick Legeron, La peur donis autres. Al final reuní más de cien páginas de notas y reflexiones, pero fue conocer a Philippe Blasband, un guionista belga, lo que me ayudó a contruir la intriga. Le motivé para hacer una comedia romántica entre dos personas hiper emotivas que ignoran que el otro también lo es, con la base de todo este material autobiográfico. Juntos nos enganchamos a la historia. Muchos testimonios que había oído en los grupos de terapia tenían que ver con ver con el mundo de la empresa y quería que el encuentro tuviera lugar en un marco de trabajo. Después, con Philippe, encontramos la idea del chocolate, quizá porque estábamos en Bélgica y trabajábamos en Bruselas, en un salón de té, peró seguramente también porque el chocolate no es un alimento anodino. El chocolate se conoce porque ayuda a sentirse mejor, tiene un olor y un sabor ligados a la infancia, y los que sufren ansiedad abusan de él. De aquí la idea de la chocolatería en la que él sería el jefe y ella la chocolatera.

Su película ofrece un entorno muy estilizado, casi intemporal. A veces recuerda una rondalla. ¿Cómo ha definido el estilo visual?
Este aspecto se corresponde perfectamente con la percepción que tienen del mundo los hiper emotivos. Quería que el espectador se sumergiera en su subjetividad. En mis primeras películas era más partidario del real: rodé L'aveux de l'innocent en la cárcel, La vida (C'est la vie) en una unidad de curas paliativas de verdad. Mi enfoque era llevar la ficción a la realidad. Desde Je m'appelle Elisabeth, me he atrevido a crear mundos. En Les émotifs anonymes, me rodeé de un equipo artístico que aprecio mucho (Gérard Simon en las luces, Sylvie O´livé en la decoración y Nathalie du Roscoat en el vestuario)y hemos creado este universo intemporal. Para el personaje de Isabelle la referencia era Ginger Rogers, que es una actriz a la que adoro. Benoit era un poco James Stewart en El bazar de las sorpresas, de Ernst Lubitsch. Todo esto pasa por una paleta de colores, el rojo y el verde, un estilo de vestuario que hace pensar en los años cincuenta pero con un dinamismo actual, una arquitectura que recuerda más a Londres que a París, con los ladrillos, las pequeñas vitrinas de luces cálidas. También quería encontrar, transmitir el placer que me hizo adorar el cine, penetrar en otro nivel, dejar el mundo real.


¿Cómo escogió a los actores?
Ya antes de empezar a escribir le hable de mi proyecto a Isabelle Carré. Con ella acababa de rodar Mamen est cardi para televisión y tenímos muchos puntos en común. Con Isabelle me sentí cómodo como pocas veces. Me parecía encontrarme con una especie de alter ego. Hablamos del tema y se interesó enseguida. Colaborando tanto tiempo juntos pudimos enriquecer su personaje con pequeños detalles que venían de ella o de mí. Es una actriz con la que tengo mucha afinidad y espero volver a trabajar con ella. También pensé en Benoít Poelvoorde enseguida. A Benoït se le nota esa tensión. Cuando interpreta se lanza a la escena como un hiper emotivo se lanzaría a la vida. Se lanza, sin red. Es un genio de la comedia y, como todos los artistas de este nivel, el abismo y la emoción nunca están lejos. Puede emocionar y ser divertido al mismo tiempo. La idea también era descubrirle con una luz un poco diferente, más al límite de su emoción y su talento cómico. Escribir para él y para Isabelle nos ha aportado mucho.

Su película revisita muchos pasajes obligados de la comedia romántica, pero bajo un ángulo inédito, desplazado, y llevándolos más lejos...
Me gusta la idea de las películas de género claramente identificado y en esta comedia romántica, recordé de las películas que me encantaban, generalmente anglosajonas. Me encanta la idea de una universo aparte, coherente, de un pequeño mundo. La metáfora del teatro es realmente perfecta: gente que sube a escena, otros se quedan entre bastidores, la mayoría prefiere ser espectador. Se quedan entre sombras, son los más numerosos, los más modestos, y me emocionan. Son ellos los que me interesan. Jean-René y Angelique son personas de la calle pero pueden encontrar su lugar en el mundo y en una comedia romántica. Son héroes que ganan muchas pequeñas batallas, sobre todo delante de ellos mismos. Luchan para encontrar su lugar en el pequeño teatro del mundo.


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