viernes, 11 de noviembre de 2011

¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, Stanley Kubrick, 1964


Título original: Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb
Dirección: Stranley Kubrick
Guión: Stanley Kubrick, Terry Southern, Peter George (Novela: Peter George)
Fotografía: Gilbert Taylor (B&W)
Música: Laurie Johnson
Producción: Columbia / Hawk Films
País: Reino Unido
Año: 1964
Género: Comedia
Duración: 93 min.
Intérpretes:  Peter Sellers, George C. Scott, Sterling Hayden, James Earl Jones, Keenan Wynn, Slim Pickens, Peter Bull, Tracy Reed, Jack Creley, Frank Berry, Glenn Beck, Shane Rimmer, Paul Tamarin, Gordon Tanner, Robert O'Neil, Roy Stephens


Convencido de que los comunistas están contaminando a la nación americana, un general ordena, en un acceso de locura, un ataque aéreo nuclear por sorpresa sobre la Unión Soviética. Su ayudante, el capitán Mandrake, trata de averiguar el código para detener el bombardeo. Para solucionar el problema, el presidente de EE. UU. se comunica con Moscú para convencer al dirigente soviético de que el ataque es un estúpido error. Mientras tanto, el asesor del presiente, un antiguo científico nazi, el Dr. Strangelove, confirma la existencia de la “Máquina del Juicio Final”, un dispositivo de represalia soviético capaz de acabar con la humanidad para siempre.


Una bomba para gobernarlos a todos, una bomba para encontrarlos…

Al hablar de una película que trata de un tema que fue tan trascendente durante gran parte del siglo pasado, uno tiene la sensación de que debería tratarse con cautela, rigor y seriedad. La amenaza nuclear, tan cacareada durante aquellos años y coleando todavía en la actualidad, fue seguramente la que más cautivó la imaginación, los temores y la irracionalidad de los seres humanos (seguida de cerca por la chorrada OVNI), o al menos la imaginación de las personas que no tenían otras cosas más importantes en que pensar, como qué dar de comer a sus hijos al día siguiente. Por eso esta película me parece tan trascendental, hasta el punto de ser mi película favorita del a veces genial Stanley Kubrick. Un tratamiento dramático del tema, como el que lleva a cabo la semifallida película Punto límite (Fail Safe, Sidney Lumet. 1964) del mismo año con la misma temática, resulta irrisorio por lo absurdo que en sí mismo conlleva el tema. Una estupidez tan monumental como la guerra nuclear no puede ser tratada en serio sin caer en lo grotesco (¡ojo!, que no digo que no sea verídico, pero cualquiera coincidirá conmigo que hay pocos hechos tan absurdos en la historia de la humanidad como planear la destrucción global, incluida la propia).

Y resulta sorprendente si partimos del individuo (con perdón) que perpetró esta obra cumbre de la historia de la farsa. Un tipo frío, serio, distante, con complejo de semideidad que tenía que tocar todos los temas y sentar cátedra en cada uno de ellos, con una solemnidad y petulancia que hace que aunque me encante su cine, me sonroje y moleste tanta muestra de pulcra perfección. Es cierto que casi todas sus películas, sobre todo las primeras, son geniales, pero tanta genialidad pedante a veces cansa.



Así que llega el tío y te planta una comedia sobre este tema tan importante. Así, por las buenas. Y en esta comedia no deja de dar cera a nada ni nadie. Desde la vocación pacifista del ejercito (es Genial con mayúsculas la secuencia de la batalla en el cuartel delante del cartel que reza “nuestra profesión es la paz”) hasta la eficiencia de las políticas de intimidación, pasando por los intereses gubernamentales o la validez y conveniencia de aquellos a los que elegimos para gobernarnos. Una parodia a la altura de las grandes hazañas fílmicas como Ser o no ser (To Be or Not to Be, Ernst Lubitsch. 1942) o El gran dictador (The Great Dictator, Charles Chaplin. 1942), con las que el espectador se ríe a carcajadas mientras le van denunciando y mostrando las mayores atrocidades a tiempo real, porque son tan estúpidas que producen hilaridad.

Lo que nos cuenta la película es terriblemente sencillo. A un milico americano se le va la olla y decide bombardear la URSS con un montón de bombas atómicas montadas en aviones B-52. (Teniendo en cuenta que algún presidente americano estaba alzahimérico perdido mientras custodiaba el botón, y lo que es peor aun, consultaba a menudo a su astrólogo antes de tomar las decisiones, es una hipótesis bastante plausible). Lo que no sabe es que los rusos han puesto en funcionamiento la máquina definitiva, que consiste en un ingenio que automáticamente lanzaría todo el potencial nuclear Ruso sobre el resto del mundo en cuanto detectara una explosión, sin que haya forma humana de evitarlo (ahí está el truco). Así que el gobierno americano decide ayudar al soviético a detener la amenaza, pero la bien entrenada tripulación de uno de los bombarderos hará todo lo posible por cumplir su cometido. Por si alguno lo desconoce, no cuento el final, pero la tensión y comicidad que desprende, y su total capacidad de sorpresa, lo catapultan a todas las antologías del cine, permaneciendo algunas de sus imágenes como inolvidables iconos de la cultura cinematográfica.



Sólo en un sentido la película está un poco desfasada y peca un poco de ingenuidad. En la época en que se hizo aun no se tenía muy claro eso de la radiactividad, ni que podía durar muchos años (uno de los trucos de la máquina definitiva es que lleva un compuesto radiactivo que durará casi 100 años, y a esto se le saca mucho partido en la parte final). Pero en todo lo demás la cinta es cáustica y certera como pocas veces en la historia del cine (la película tubo que hacerse en Inglaterra, porque dudo que en los USA la hubieran permitido, y menos en esa época). El retrato que hace del macartismo, del comunismo (las conversaciones telefónicas entre el presidente americano y el ruso son hilarantes), del ejercito en general y la cúpula militar en particular, o de la carrera armamentística no tienen desperdicio.

Pero quizá el punto fuerte de la moraleja de la película sea la crítica del uso de la bomba como elemento intimidatorio. La política que desvió la atención de la opinión pública hacia la muy cómoda amenaza nuclear mientras que los temas importantes eran ignorados por el público y los medios. La bomba fue usada como cebo por las partes en conflicto y mientras la atención del mundo estaba fija en este punto ambos movían sus fichas en el tablero global para controlar, expoliar y tapar la vergüenza con que estaban cubriendo el mundo, hambre, guerras civiles, saqueo de los bienes de otros países en nombre de sus respectivos “ideales”. Al igual que la novela “Rebelión en la granja” denunciaba la falsa moral soviética, esta cinta destapa las bajezas de un gobierno cuyos tentáculos apretaban hasta el cuello más lejano, a las puertas mismas de Rusia (perdón por la digresión pseudo-política).


La película se desarrolla en tres escenarios, el cuartel del general que ordena el bombardeo, la sala de mando del ejército en la que se reúne toda su cúpula con el presidente, y el interior de un bombardero B-52. El protagonismo va pasando del primer escenario al último, comenzando con un cierto tono serio que va degenerando en una burla feroz especialmente en las escenas en el cuartel general. Sin embargo, la parte del avión se mantiene (casi) siempre en tensión, sintiéndote identificado con los miembros de la tripulación y deseando que puedan cumplir su tarea de provocar una destrucción a escala global. Los efectos especiales, especialmente los movimientos del avión, parecen chascarrillos cómplices (poco después, en 2001: Una odisea del espacio / 2001: A Space Odyssey, 1968 demostró lo bien que se puede llegar a hacer esto, pero aquí es lo que menos importa). Pero los momentos en los que los tripulantes preparan el bombardeo comprobando los sistemas, con primeros planos de los mandos con zoom bruscos que acercan aun más el plano, provoca una sensación de tensión similar a la que consigue en la también magistral Atraco perfecto (The Killing, 1956) con los saltos temporales.

Cabe destacar el protagonismo del histriónico Peter Sellers, que no conforme con hacer de presidente de los EE UU, hace otros dos papeles protagonistas: el coronel que intenta hacer entrar en razón al general enajenado, y el Dr. Strangelove que da título a la película (en el título original). Este desternillante personaje es un antiguo alto mando alemán que hace de consejero para el presidente americano desde su silla de ruedas, y en la parte final tiene un par de memorables peleas con su mano de saludar a Hitler, mientras da grandes ideas fascistas para salvar a la humanidad que son recibidas con gran entusiasmo.


En definitiva, un hito en la historia del cine, del humor y la ironía, y que además deja un profundo poso de amargura y reflexión. Un aspecto visual magnífico, incluyendo los comentados efectos especiales de mentirijillas, y una puesta en escena de absoluta antología que la convierten en la película antimilitarista y antibelicista más lograda de la historia, y una de las más divertidas comedias. Su mensaje mantiene plena actualidad y quizá la deberían reponer en muchos países para escarnio de nuestros dirigentes. Ojalá llegue un día en que se quede anticuada.

Javier Castro (Miradas de Cine)

2 comentarios:

  1. uy xq asalido eso.. si te e puesto otra cosa,te decia ke hoy he visto,detras dela pared, un estreno bajatela creo ke te gustaraun besote

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