sábado, 26 de noviembre de 2011

Melancolía, Lars von Trier, 2011


Título original: Melancholia
Dirección: Lars von Trier
Guión: Lars von Trier
Fotografía: Manuel Alberto Claro
Música: Mikkel Maltha
Producción: Coproducción Dinamarca-Alemania-Suecia; Zentropa Entertainments / Memfis Film / Slot Machine / Zentropa International Köln / BIM Distribuzione / Eurimages / Trollhättan Film AB / arte France Cinéma
País: Dinamarca
Año: 2011
Género: Drama. Ciencia ficción
Duración: 136 min.
Intérpretes: Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling, Alexander Skarsgård, Stellan Skarsgård, Udo Kier, John Hurt, Brady Corbet


Justine (Kirsten Dunst) y Michael (Alexander Skarsgård) celebran su boda con una suntuosa fiesta en casa de su hermana (Charlotte Gainsbourg) y su cuñado (Kiefer Sutherland). Mientras tanto, el planeta Melancolía se dirige hacia la Tierra... (FILMAFFINITY)


Entrevista al director

Después del ballet inicial del fin del mundo, la película se divide en dos partes. La primera se titula “Justine” y trata de la hermana melancólica y de su boda. La otra se titula “Claire” y se ocupa de la cuenta atrás hasta el final. El director dice: “Si todo se va a ir a la mierda, más vale que empiece bien”.
La melancólica Justine está decidida a ser normal y por eso quiere casarse. “Desea acabar con toda la tontería, las ansiedades y las dudas. Por eso se empeña en tener una boda de verdad. Todo marcha de maravilla hasta que no puede cumplir con sus propias exigencias. ‘¿Eres feliz?’ es una pregunta recurrente, y debe serlo, si no la boda no tiene sentido. “Ahora debes ser feliz”. Todos intentan hacerla participar, pero no le apetece mucho”.

Parece incapaz de ser parte de la situación, ¿no se lo toma en serio?
“No se toma la boda muy en serio. Al principio es un juego; se siente muy bien y puede permitirse bromear con la boda. Pero poco a poco, la melancolía se apodera de ella, separándola de todo lo que ha puesto en marcha. Cuando llega el momento, es incapaz de enfrentarse a la situación”.

Parece estar en otra parte, ¿lo está?
“Sinceramente, creo que añora un naufragio y una muerte repentina, como dijo Tom Kristensen. Y lo consigue. Podemos decir que consigue sacar al planeta de su órbita y se entrega al cataclismo”.

En este caso, ¿no será porque el naufragio le parece más real que un mundo falso?
“Desde luego, está plagada por las dudas. Cuando llega el día de la boda que se ha impuesto a sí misma, la duda se apodera de ella”.

¿Qué duda?
“Si realmente vale la pena. Una boda es un ritual. ¿Hay algo más allá del ritual? Para ella, no”. “Es una lástima que los melancólicos no valoremos los rituales. Las fiestas me pesan, no entiendo eso de “Vamos a pasarlo bien”. Puede que los melancólicos pongan el listón más alto, que no les basten unas cervezas y algo de música. Me parece falso. Los rituales lo son. Pero si los rituales no son nada, entonces pasa lo mismo con todo lo demás”.


Supongo que así lo ve el melancólico, ¿para él todo es hueco?
“Estaría bien que hubiera algún valor más allá del ritual. El ritual es como una película. Tiene que haber algo en la película. La trama de la película es el ritual que nos lleva a lo que hay en el interior. Si hay algo dentro y más allá, puedo entender el ritual. Pero si el ritual es hueco, si ya no es agradable hacerse regalos en Navidad, si no se disfruta con la alegría de los niños, entonces eso de poner un árbol en el salón no tiene sentido”.

Entonces, ¿es esa la eterna pregunta del melancólico, el vacío?
“¿El emperador lleva ropa? ¿Hay un contenido? No lo hay. Es lo que ve Justine cada vez que se enfrenta a la puta boda. El emperador no lleva nada. Se ha sometido a un ritual carente de significado”.

La añoranza de la realidad
Justine, la melancólica, busca el dolor y el drama. “Añora algo que realmente tenga valor, y eso implica sufrir. Es nuestra forma de pensar. La melancolía nos parece más sincera. Preferimos la música, las artes plásticas con un toque melancólico. La melancolía en sí se convierte en valor. El amor infeliz y no correspondido es más romántico que el amor compartido, porque este último no nos parece del todo real, ¿verdad?”

Pero ¿por qué añora el melancólico un naufragio y la muerte repentina?
“Simplemente porque es verdad. La añoranza es real. Puede que no exista una verdad que añorar, pero la añoranza en sí es real. Está dentro de nosotros, es parte de la realidad”.

¿Qué sensación le causa la posibilidad de que el mundo se acabe?
“Si pudiera ser cosa de un instante, la idea me atrae. Ya lo dice Justine: “La vida es malvada, ¿verdad?” La vida es una idea maléfica. Puede que Dios se lo haya pasado bien durante la creación, pero no pensó bastante”. El director se ríe.
“Si el mundo se acabara y todo el sufrimiento y la añoranza desapareciesen en un santiamén, puede que yo mismo pulsara el botón. Habrá muchos que digan: “Vaya, ¿y qué pasa con todas las vidas que no se vivirán?”
Pero me sigue pareciendo algo malévolo”.


¿Qué abunda más en la vida, la tristeza o la alegría?
“La tristeza, ¡maldita sea! Es obvio. Puede que me diga, ¿y el orgasmo? Vale, muy bien. Pero los orgasmos, los Ferrari y otros placeres no tienen mucho peso si los comparamos a la muerte y a los sufrimientos. Y hay mucho más sufrimiento que placer. Además, cuando se disfruta de un día de primavera, también eso es un tipo de melancolía”.
La boda es el último intento de Justine para entrar en la vida en vez de quedarse fuera por añoranza. “Por eso quiere casarse”, dice Lars von Trier. “Piensa que si se obliga a pasar por los rituales, quizá saque algo en concreto. Para salir de una depresión hay que seguir ciertos rituales: paseos de cinco minutos, por ejemplo. Al repetirlo una y otra vez, el ritual adquiere un significado”.

Ya conoce el dicho: Finja hasta conseguirlo.
“Es exactamente lo que intenta hacer, pero sus añoranzas pueden con ella. Su necesidad de verdad es colosal. Creo que es algo que tenemos todos los melancólicos, requerimos la verdad”.

¿La añoranza es el rasgo más preeminente de “Melancolía”?
“Me gusta cómo suenan esas palabras. No hay nada tan emocional como una añoranza melancólica, creo. Evoca la imagen de lobos aullando a la luna”.

Pero puede haber algo bonito hasta la indecencia, ¿no cree?
“Claro, mientras haya una idea detrás. Con Anticristo tenía una sensación maravillosa, nada pulida, pero no me pasa con “Melancolía”. Siempre quise que fuese una película pulida, aunque espero que el espectador rasque y encuentre algo detrás del barniz”.
Lo peor fue cuando me dijeron en Nordisk Film que había imágenes preciosas. Fue un golpe bajo”, dice, riendo. “Si algún día hago una película que les guste, se acabó, no volveré a rodar”.

¿Es una ayuda destruir el mundo?
“Eso espero. El planeta que se acerca crea suspense, al menos. No puede haber mayor suspense que saber que un planeta diez veces mayor que el nuestro está a punto de llevárselo por delante. Supongo que impedirá que la gente se vaya a media película. Además, Thomas Vinterberg dijo algo muy sensato después de verla: ‘¿Cómo se hace otra película después de esto?’”, y se ríe a carcajadas.


La triste alteridad

“Mágico y reflexivo tratado sobre el ego, la vida y la muerte impregnado de un embriagador magnetismo en su segundo segmento que evoca la esencia y los miedos del ser humano."

El fin del mundo se acerca. Y lo hace, a ojos de los de autores europeos, de forma íntima y sin estridencias. Una afirmación que se extrae de dos de los largometrajes de mayor repercusión en la temporada de festivales: 4:44 Last Day on Earth (Abel Ferrara, 2011) y Melancholia (Lars Von Trier, 2011) que se unen a la norteamericana Another Earth (Mike Cahill, 2011) en una mirada introspectiva a la psique humana cuando el final se haya más cerca. En la oscuridad, aparece una recreación fidedigna del espíritu; un dibujo tan turbador cómo lleno de belleza. Es la mejor definición posible para el filme que hoy nos ocupa. Melancholia, es arte en su forma más vehemente, alumbrada por un virtuoso analista de los sentimientos más lúgubres y primarios, una película dotada de la personalidad de un cineasta que hace de su obra su propio retrato.

Von Trier, un genio incomprendido, ha firmado obras claves de la cinematografía europea de los últimos veinte años. Rompiendo las Olas (Breaking the Waves, 1996); Bailar en la Oscuridad (Dancer in the Dark, 2000) o Dogville (2003) son historia viva del cine continental y la constatación de una de la figuras referentes de la historia del cine nórdico. Con una filmografía irregular a sus espaldas, a caballo entre el dogma inicial y la deriva de sus últimas creaciones (Manderlay –2005-- y la poderosa pero insatisfactoria AnticristoAntichrist, 2009-), Von Trier vuelve al camino con Melancholia. Un filme que supone el retorno del nihilismo, de la filosofía irracional y emocional. Lo hace en forma de díptico, con un planeta de grandes dimensiones que amenaza a la Tierra mientras en un lugar de ésta se celebra un peculiar enlace.


Tras una larga y poco acertada “overture” que recuerda levemente a su coetánea El Árbol de la Vida (The Tree of Life, Terrence Malick, 2011), Melancholia se presenta en dos segmentos bien diferenciados. A cada uno le dan nombre sus protagonistas: Justine y Claire. Dos episodios repletos de simbología y un dominio técnico sobresaliente. Desde grandes planos elevados por la sensacional fotografía del operador Manuel Alberto Claro hasta minimalistas enfoques que ahondan en el proceso interior de dos hermanas azotadas por la duda, el miedo y, ahora, el destino. La evolución de ambas es más que evidente tras el paso del metraje. Enorme mérito de unas entregadas actrices con la piel y voz de Charlotte Gainsbourg y Kirsten Dunst. Ellas son la musa que no sólo inspira a su director también a un espectador maravillado con semejante despliegue.

Kirsten Dunst, en el mejor papel de su carrera, compone a una insegura y depresiva Justine. Un personaje que se va cubriendo de tristeza en el día más importante de su vida. Ajena a la catástrofe que se avecina, la paulatina llegada de Melancholia marcha paralelo a la pérdida de la ilusión vital. Este segmento aúna momentos maravillosos con otros frívolos e insustanciales. Cómo ocurre con la apertura, todo se antoja superficial. Por suerte Dunst, rescata la función con esta compleja caracterización que le otorgó la Palma de Oro en la pasada edición de Cannes. No sería descabellado pensar en una nominación a los grandes premios americanos. La Virgen Suicida luce más hermosa y taciturna que nunca. Si Dunst representa la gracia en Melancholia, Gainsbourg es el miedo.


Del vano primer capítulo, a la tensa y maravillosa espera del segundo fragmento. Una parte sobresaliente donde el horror de Claire ante una posible mirada a la muerte llega a nuestro sistema nervioso. Gainsbourg, en su segunda colaboración consecutiva con el director danés, borda una interpretación llena de ansiedad y angustia. Cada ojeada suya al firmamento supone un momento de inflexión en Melancholia.

Un film irregular, con momentos mágicos que golpean nuestro corazón y retina por instantes, con otros menos inspirados y superfluos. Melancholia es más que un drama familiar lleno subterfugios morales y místicos. Es la dicotomía sobre la esencia de la vida. La visión de cada segmento variará según el prisma pero en líneas generales nos encontramos antes una obra sugerente, inteligente y de excelente factura. Es la vuelta del mejor Von Trier.

La vida no vale nada, pero nada vale una vida.”
Albert Camus.

Lo Mejor: Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg.

Lo Peor: La overture y partes frívolas del segmento dedicado a Justine.

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